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La ley de causa y efecto – también conocida como karma – es un principio universal que nos enseña que cada pensamiento, palabra y acción pone en marcha una cadena de consecuencias. Nada ocurre por casualidad; todas las experiencias son el fruto de las semillas que hemos sembrado. En esta serie, exploraremos historias reales de vidas transformadas por las lecciones kármicas. Estos relatos revelan cómo la conciencia espiritual, el arrepentimiento y una vida virtuosa pueden elevar el alma y cambiar nuestro futuro. Nuestra primera historia tuvo lugar en 2019 y fue compartida por un budista laico que presenció las desgarradoras consecuencias kármicas a las que se enfrentó una pareja de nombres Tuấn y Hoa. Los dos llevaban un pequeño puesto de fruta cerca de la casa del budista. Al principio, no parecía que hubiera nada fuera de lo normal – simplemente una pareja trabajadora ganándose la vida honradamente. Pero a medida que transcurrían los acontecimientos, quedó claro que había mucho más debajo de la superficie. Recuerdo claramente la primera vez que pasé por ahí. Delante de la tienda, había un letrero de madera colocado allí, pintado toscamente con las palabras: “Pollos recién matados a la venta.” Debajo del letrero había jaulas de metal abarrotadas que contenían cinco o siete gallos, con sus plumas brillando a la luz del sol, con sus ojos bien abiertos, mirando fuera como si estuvieran esperando algo. Los pollos cacareaban ruidosamente cada vez que alguien se acercaba, pero solo unos minutos después, ese sonido solía acabar con un corto ruido de ahogo, y luego, silencio. Cada ser vivo en este mundo, no importa lo pequeño que sea, está creado por Dios y posee un alma – con el derecho inherente a vivir. Por eso el budista laico no podía evitar sentir una profunda tristeza cada vez que pasaba por ahí y presenciaba el sufrimiento diario de las personas pollos, muriendo con dolor y angustia. Se les arrebataba la vida sin compasión, sacrificados bajo las frías manos de Tuấn con el pretexto de ganarse la vida para su familia. Oía los gritos desesperados de los pollos – un sonido agudo y penetrante que rompía el silencio a mi alrededor. Me paré e instintivamente miré a Tuấn que estaba cerca de mí, con su mano izquierda agarrando el cuello de un gallo de plumas doradas, mientras sujetaba un cuchillo reluciente con su mano derecha. El gallo forcejeaba ferozmente, batiendo sus alas con violencia, pero no pudo liberarse. En un instante, la hoja cortó de un tajo y un chorro de sangre roja brillante brotó, derramándose sobre el suelo de cemento agrietado mientras el último grito del ave quedaba interrumpido. Pero lo que me causó un escalofrío aún más profundo fue su cara – completamente inexpresiva. Ni un solo gesto, ni siquiera un parpadeo. Llevó a cabo el acto como una máquina, como si la vida que acababa de arrebatar no significara nada en absoluto. Después de presenciar las frías acciones de Tuấn una y otra vez, el compasivo budista laico finalmente decidió dirigirse a él. Con sincera preocupación, le ofreció unos amables consejos, esperando despertar la chispa oculta de compasión que aun pudiera haber en lo profundo del corazón de Tuấn. “Tuấn,” dije amablemente, “no es mi intención predicar, pero ¿no tienes miedo de las consecuencias kármicas de matar a tantos pollos? Buda enseñó que todos los seres vivos tienen almas. Quitarles la vida es sembrar las semillas del sufrimiento.” Tuấn levantó la vista hacia mí, con ojos fríos y penetrantes, en los que se percibía un atisbo de irritación. Soltó una risa burlona y dijo en voz baja, “Hablas como uno de esos tipos supersticiosos. Mato pollos para ganarme la vida – no es como si estuviera matando gente. ¿Karma? Yo no creo en esas tonterías.” A pesar de que el budista laico aconsejó amablemente a Tuấn muchas veces, él permanecía indiferente. Aun así, el budista comprendía que Tuấn no era un hombre cruel por naturaleza – simplemente cargaba con la responsabilidad de proveer a su familia y al hacerlo, había creado sin saberlo el pesado karma de matar. Sin embargo, según la sutil ley de causa y efecto, el karma de matar surge no solo del acto en sí mismo, sino también de un corazón nublado por la ignorancia y la indiferencia al sufrimiento de otros seres. Durante un estado de meditación profundo, el budista tuvo una dolorosa premonición – una que advertía de una tragedia que estaba por venir. En un sueño confuso, me encontré de pie en frente de la frutería, pero no era la escena familiar de mediodía. El cielo estaba completamente negro, y no había ni un alma a la vista. De repente, apareció un gallo gigante en medio del pequeño patio. Era al menos diez veces más grandes que un pollo normal con plumas rojas resplandecientes como el fuego. Sus ojos redondos y brillantes resplandecían intensamente en la oscuridad mirándome fijamente. Quería correr, pero sentía como si me sujetaran las piernas, no podía moverme. El gallo no cacareó o forcejeó; simplemente se quedó ahí, sin moverse, sus ojos ardientes parecían que atravesaban mi alma. Entonces habló – no con un cacareo, sino con una voz profunda y clara como la de un humano: “Pagará con sus propias piernas. Se ha derramado sangre, la deuda debe ser pagada.” Según las enseñanzas de Buda, la incredulidad en la ley de causa y efecto es en sí misma una forma de ignorancia, porque el karma opera con independencia de si creemos en él o no, al igual que la gravedad sigue actuando aunque nos olvidemos de que existe. Después de tener ese extraño sueño profético, lo único que podía hacer el budista laico era rezar en silencio para que Tuấn despertara antes de que fuera demasiado tarde. Pero cuando el karma ha madurado por completo, sus consecuencias inevitablemente se producen. En el invierno de 2023, Tuấn sufrió un grave accidente mientras se dirigía a entregar personas pollos a un cliente. Tuấn yacía en la cama del hospital, con el rostro pálido y las piernas fuertemente vendadas, aunque ya se veían manchas rojas que traspasaban la tela blanca. El doctor me dijo que había sufrido una fractura grave del fémur y daño importante en la columna vertebral. Habían hecho todo lo posible con la cirugía, pero las posibilidades de que volviera a caminar eran prácticamente nulas. Estaba paralizado de cintura para abajo, probablemente de por vida. Después del accidente, las vidas de Tuấn y Hoa se vieron envueltas en un ciclo de sufrimiento. Sola, Hoa soportaba la pesada carga de cuidar de su marido, que ahora estaba postrado en cama. Tuvo que vender todas las posesiones de la familia para pagar sus facturas médicas y medicamentos. El karma de quitar una vida es una de las cargas más pesadas – no solo perjudica al individuo, sino también a quienes están relacionados con el dinero sucio, como Hoa y sus hijos pequeños ahora comparten con él el sufrimiento cada día. Un día, abrumado por la culpa y el remordimiento, Tuấn expresó su deseo de reunirse con el budista laico. “Estaba equivocado,” dijo, con lágrimas en su rostro. “No debería haberlos matado. No debería haberme burlado del karma. Ahora creo en él… ¡pero es demasiado tarde! “Anoche, soñé con un hombre vestido de negro, de rostro borroso, de pie en la esquina de mi habitación. No dijo nada, simplemente señaló mis piernas y se rio. Pero la risa no parecía humana, resonaba como si proviniera de las profundidades subterráneas. Entonces habló: ‘Esto es solo el principio. La sangre no es suficiente. La deuda aún no está pagada.’ Me desperté sobresaltado, pero el frío de ese sueño aun se aferraba a mí, parecía real.” Le cogí de la mano y traté de hablar calmadamente: “Tuấn, ahora que te has dado cuenta de tu error, no es demasiado tarde. Por favor, arrepiéntete sinceramente, recita el nombre de Buda, y pide perdón. Lo que has sembrado, debes pagarlo, pero el verdadero arrepentimiento puede ayudar a aliviar la carga del karma.” Negó con la cabeza, con las lágrimas cayendo con más fuerza aun: “No lo entiendes. ¡Lo puedo sentir ahora! La muerte no es el final. Tengo miedo de que la próxima vida sea aún peor que ésta. He matado a tantos pollos… Debo tantas vidas… ¡¿Cómo puedo llegar a pagarlo todo?!” Ser testigos de la angustiosa toma de conciencia de Tuấn sobre sus acciones, nos recuerda que el arrepentimiento debe estar acompañado por un cambio real. La Maestra Suprema Ching Hai (vegana) a menudo ha resaltado que, aunque el arrepentimiento sincero es esencial, el peso kármico de matar es inmenso, y solo una transformación completa de nuestro modo de vida puede verdaderamente ayudarnos a transcenderlo. La Maestra amorosamente explicó una vez la importancia de ser vegano en este contexto: Cuando comienzas a hacer un giro de 180 grados y recitas los Nombres Sagrados de los Santos o de los Budas, y todos los mantras de los Budas, entonces sé vegano por favor, por favor. Porque si eres vegano, entonces estás más conectado con la vida, no con la muerte, no con matar. El karma de matar es muy, muy pesado. E incluso si recitas con sinceridad, pero no tienes suficiente tiempo para acumular esta energía sagrada y elevadora, entonces es muy difícil utilizar la escasa energía para alcanzar una Tierra elevada, el Reino elevado de los Budas y Santos. Por lo tanto, tienes que ser vegano por ti mismo, no solo por compasión hacia el sufrimiento de las personas-animales, sino por ti mismo, para no conectarte con este pesado, agobiante, oneroso karma de matar que te ahogará, te degradará y te arrastrará ¡a una existencia inferior o al infierno! Tomemos estas palabras muy en serio. Escoger una vida vegana no es solo un acto de compasión – es un salvavidas para nuestras almas. Aprendamos de la historia de Tuấn para extender la bondad hacia todos los seres vivos y para fomentar la compasión en todo lo que hacemos.